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Viernes 13 de abril de 2007
Incendio del Almirante Irízar

"Más al sur, no se salvaba nadie"

El cordobés Alfredo Ocaño contó la odisea que vivió la dotación y los 238 ocupantes del rompehielos de la Armada.
Francisco Panero
De nuestra Redacción
fpanero@lavozdelinterior.com.ar

"Estuve al mando del timón media hora antes de que empezara todo. Me fui a cenar y, de repente, a las 20.30, vimos entrar por un corredor columnas de humo negro que venían desde la sala de máquinas", relata con frialdad el cabo segundo de la Armada Alfredo Luis Ocaño Picco, de 24 años, quien regresó ayer a su casa de barrio Centroamérica, en Córdoba, tras el incendio del rompehielos Almirante Irízar.

Con el mismo uniforme que vestía en el barco, aún sin bañarse y casi sin dormir, a casi tres días del inicio de las llamas, Ocaño habló con La Voz del Interior para relatar sus impresiones del combate del fuego y la travesía en el mar con sus compañeros de dotación y los profesionales y civiles que los acompañaban.

Con total profesionalismo, el cordobés relató cómo sucedió todo. El fuego se inició en los tres motores Diésel principales (MDP). El buque marchaba a toda máquina y un recalentamiento habría provocado una chispa. En el lugar hay gran cantidad de combustible.

Declarada la emergencia, los 120 miembros de la dotación comenzaron el combate de las llamas. Cerraron todo para que el humo quedara estanco.

Pero no pudieron llegar al núcleo de las llamas y debieron hacer un rodeo que les implicaba "el doble de mangueras, de matafuegos, de todo", comenta Ocaño.

Esto les hizo perder mucho tiempo y así se propagó el incendio. Para colmo de males, gran parte del barco está pintado con pintura sintética que también comenzó a arder.

El resto de los ocupantes de la nave fueron trasladados a la cubierta de vuelo, en la popa.

Cuando las llamas ya habían ganado toda la parte delantera, la nave se quedó sin electricidad. Esto hizo que se encendiera el motor de emergencia para suministrar energía y agua. Pero el recalentamiento hacía que ese impulsor se parara. Había que enfriarlo para que arranque y, así, volver a bombear agua para apagar el incendio. "Arrancaba y a los 15 minutos se paraba; al final, reventó", resume el cabo. La última posibilidad fue usar los 74 matafuegos de la popa, pero no sirvió de mucho.

Con esto, las llamas fueron ganando el combate y el capitán ordenó la evacuación, "con total serenidad", pasadas las 22.

En las balsas. "La prioridad para subir a las balsas era la gente que no pertenecía a la dotación", dice Ocaña sobre el abandono de la nave. El frío austral comenzaba a calar los huesos.

"Si esto nos llegaba a pasar en el Drake (confluencia de los mares, en la Antártida) no se salvaba nadie", explica.

Cuando no había más nada que hacer, Ocaña y el resto de los uniformados subieron a las últimas balsas a las 23.30. El capitán Guillermo Tarapow quedó sólo en el buque.

"Había que alejarse lo más rápido posible del barco, que era una bomba. No importaba acercarse a la costa. Sabíamos que en cualquier momento explotaba y era un riesgo muy grande", comenta respecto del inicio de la travesía. Es que el Irízar tiene 28 tanques de combustible. Previamente habían arrojado al mar tubos de gas semivacíos que traían de la Antártida.

Pasado ese peligro, lanzaron unas bengalas al firmamento para marcarle la posición a los equipos de rescate. Estaban a 150 millas marinas de la costa, sobre Puerto Madryn.

La espera fue larguísima. Estaban todos mojados. Mientras los miembros de la tripulación hicieron de todo por pasarla lo mejor posible, los otros náufragos la pasaron bastante mal. Algunos vomitaban, otros se orinaban, el frío era imposible de aguantar.

En un momento, uno de los botes fue atacado por un gran pez. Creyeron que era un tiburón el que había pinchado la balsa. Un suboficial avistó que era un "canster", cuando estaba por atacar otra embarcación y logró herirlo y ponerlo en fuga. "Fue el único momento de gracia", recuerda el militar cordobés.

La gente de la balsa dañada fue distribuida en las otras y los pertrechos recuperados. Tenían comida sintética, con vitaminas, agua y elementos para la supervivencia.

Pasaron varias horas hasta que cerca de la 1 del miércoles, aparecieron los primeros aviones de reconocimiento. Minutos después, de paso, los avistó un gran buque tanque, de bandera panameña, pero perteneciente a una firma holandesa.

No podía rescatarlos por su escasa capacidad de maniobra, pero se paró para taparles el viento. Fue un gran alivio.

Luego, llegaron dos pesqueros uno pequeño, uruguayo, y otro argentino. Así pudieron subir a la nave mayor en una "escala de gato" (escalera). "Hablaban inglés, holandés, francés e italiano, todo menos español. Pero nos trataron muy bien. Nos ayudaron a secarnos y nos dieron los overoles de ellos para que estuviéramos calientes", recuerda emocionado Ocaño.

En esos tres buques se acercaron hasta la costa con las primeras luces. Todos pasaron a los pesqueros, porque el tanque tiene prohibición de hacer puerto en Madryn.

"Perdí todas mis pertenencias personales, sólo tengo el uniforme y la campera", reflexiona con alegría junto a su padre y su madre.

Más relajado, dice: "Cuando el domingo llegue el Irízar a Puerto Belgrano, veremos si queda algo. Ahí tenía todo, mis fotos, compras, todo. Acá traía dos mudas cada vez que venía por un fin de semana, nada más. Durante dos años y medio viví ahí. Era mi casa".

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