“Uno de mis abuelos llegó aquí no porque quisiera, sino porque se hundió el barco en el que viajaba”. Lo que cuenta Jan Cheek sobre uno de sus antecesores es común a muchas familias de isleños. El naufragio era una forma habitual de llegar a estas islas en el siglo 19. Las Malvinas estaban en una ruta de navegación importante en el hemisferio sur. El tránsito era constante, pero no por eso seguro.
Los descendientes de las familias más antiguas de las Islas registran a sus más tempranos antecesores a partir de 1838.
Fueron mayormente británicos los que arribaron a las Islas después de 1833, pero hubo también gente de otras nacionalidades, como españoles, holandeses, alemanes, daneses y franceses. Algunos venían a probar fortuna con la agricultura y la ganadería y, según como les iba, se quedaban o elegían otros rumbos. Otros alternaban una estadía de varios años en las Islas con algún período en la Patagonia o Inglaterra.
Aquí había tierras para trabajar, el ganado de distintas especies en esa época era abundante. Esto se debía a que durante el siglo 18, navegantes, balleneros y cazadores de pingüinos (los usaban para producir aceite) solían dejar animales domésticos en tierra para que se reprodujeran y asegurarse así el sustento en viajes futuros. El clima, que para estándares cordobeses del siglo 21 no es precisamente agradable, era mejor que en Escocia, Inglaterra, Gales o cualquiera de los lugares de donde provenían estas personas. La nieve no se acumula en invierno (el fuerte viento no lo permite) y en verano puede llegar a hacer 25 grados.
“Si llegaban en verano y en un día de sol, les debe haber parecido precioso”, asegura Jan Cheek. Sin duda, debe haber sido mejor que la Europa que dejaban atrás.
Como beneficio adicional, y como consecuencia de la escasa población, no había hambrunas ni persecuciones religiosas ni políticas.
Nueva Zelanda y Australia también podían ser destino transitorio o definitivo de los inmigrantes. Los hijos de estos últimos podían quedarse aquí o emigrar, a su vez, al continente u Oceanía.
No faltaban los castigados por algún motivo, que para recibir su merecido y librar a su familia de su presencia eran enviados a las Islas por un tiempo y terminaban radicándose aquí. Aldous Houxley, en Un mundo feliz , hace alusión a las Islas por estas situaciones.
Según cuentan los actuales habitantes de las Islas, los potenciales inmigrantes se enteraban de la posibilidad de prosperar en el Atlántico sur por los comentarios de familiares o conocidos o por los avisos que publicaba la ya poderosa Falkland Islands Company (FIC) pidiendo trabajadores.
Precisamente, por un pedido de la FIC, el 12 de enero de 1858 llega a las Malvinas el barco Ealing Grove, con 30 militares retirados y sus familias. Eran personas de entre 35 y 40 años, generalmente de baja graduación y con un oficio, que ya habían servido en una o varias guerras. La FIC había acordado con el gobierno darles trabajo o tierras.
Previamente, en 1849, había llegado otro grupo similar de ex soldados o militares de baja graduación, con sus familias (un total de 120 personas), que traían 30 casas prefabricadas para instalar una guarnición permanente y una comisaría. Ese contingente llegó en el Victory.
De las 32 familias que son consideradas las más antiguas de las islas, cuatro llegaron en el Ealing Grove y cinco en el Victory. Pero la FIC también convocaba permanentemente a todo tipo de trabajadores, como carpinteros, albañiles, pastores y artesanos.
Todos ellos, los que llegaron por accidente, por cuestiones personales o fueron convocados por la FIC para colonizar, fueron los antecesores de los actuales isleños.
De ellos descienden parte de los tres mil habitantes de la actualidad. Debido al tamaño mínimo de esta población, las distintas familias están relacionadas de alguna manera entre sí. No solamente todos se conocen, sino que entre gran parte de estas familias hay parentesco, aunque sea lejano.