Lo que el veterano de Malvinas y periodista británico Max Hastings llamó “la última guerra popular de Gran Bretaña” sigue presente en la vida de los isleños. Es el argumento más contundente para mantener la distancia con Argentina.
En el museo de las Islas hay un espacio considerable dedicado a la Guerra de Malvinas. Hay fotos, armas, documentos y objetos encontrados en las trincheras argentinas. En las revistas, fotos y pósters abunda la parafernalia nacionalista típica británica. Lo más doloroso de ver son las zapatillas de los soldados argentinos.
Uno tiene derecho a cuestionar lo que ve en un museo del que fue el enemigo. Es casi una necesidad espiritual no creer que todo eso fue posible. Sin embargo, los relatos de tantos combatientes contando las miserias de la guerra y de la conducción militar argentina, además de lo que está documentado en el informe Rattenbach, dan más espacio a la certeza que a la duda.
Hay una carta escrita en un inglés aceptable, supuestamente de un soldado a un residente local pidiéndole que le comprara comida. Los soldados tenían prohibido comprar en los negocios locales, pero tampoco les llegaban las raciones. “Después de la rendición, vimos alrededor de Stanley contenedores llenos de provisiones”, nos decía John Fowler, vice editor del periódico local Penguin News . En la casa de Fowler murieron tres mujeres isleñas, por una bomba de los mismos ingleses. Fueron las únicas víctimas civiles de la guerra.
¿Soldados desnutridos?. En una vitrina están las cajas de las raciones que supuestamente recibían oficiales y soldados. Los primeros tenían latas de carne con salsa, leche chocolatada, cigarrillos y whisky (Breeders); los segundos, mondongo, una barrita de chocolate, caramelos y galletitas de agua.
“Estamos convencidos de que los militares argentinos trajeron chicos menores de 18 años. Algunos incluso parecían de 13 ó 14”, comentaba días atrás con un grupo de periodistas argentinos Elizabeth, una señora mayor muy amable. “Estaban desnutridos, mamá”, insistía la hija.