La vuelta al poder de la UCR en la Capital –después de la fallida alianza De la Sota-Kammerath y de las dos experiencias juecistas– marcó, en lo que respecta a la dinámica legislativa, la vuelta al modelo de oficialismo casi monolítico que rigió durante las gestiones de los también radicales Ramón Mestre y Rubén Martí.
La referencia es para esa posibilidad, tan celebrada por algunos y denostada por otros, de tener un partido encolumnado detrás de la gestión y con legisladores que deben rendir lealtad extrema, resignando a veces posiciones personales.
Este modelo es el que ha aplicado el actual intendente Ramón Mestre, y todo indica que será una matriz que difícilmente se vaya a modificar.
El nuevo escenario implica una vuelta de tuerca fuerte sobre las experiencias que dejaron los últimas gestiones locales. Durante el gobierno de Germán Kammerath, el quiebre político entre el intendente y José Manuel de la Sota dejó al entonces intendente con una minoría de concejales.
Más aún: cuando Kammerath se vio en apuros por la avanzada del Suoem para revocarle el mandato, fueron los ediles radicales quienes le tendieron la mano salvadora que no encontraba entre sus ex amigos peronistas.
Luego, Luis Juez marcó una experiencia singular: tenía una holgada mayoría (20 ediles) que no sólo facilitaba avanzar sin trabas, sino que también le permitía el lujo de habilitar disidencias internas. En ese sentido, aún se recuerdan los desplantes del propio Héctor Campana, que era nada menos que jefe del bloque.
Con Daniel Giacomino, se repitió una experiencia similar a la de Kammerath, aunque agravada. Rompió con Juez y su fortaleza legislativa, que había quedado mermada, luego se fue disipando totalmente con la atomización de bloques en el cuerpo y también por los cambiantes alineamientos del propio Giacomino, que cerró la gestión casi sin concejales propios.
Mestre inauguró ahora otro esquema que implica, en cierto modo, una vuelta al pasado. Al del oficialismo fuerte, cerrado y expeditivo. Claro que la otra cara de ese modelo es la pobreza de los debates, saldados por la supremacía de número del oficialismo.
Con una representación peronista dividida en dos (PJ oficial y riutorismo) y el juecismo en su mínima expresión numérica (dos bancas), estamos frente a un Concejo diametralmente opuesto a sus dos versiones anteriores. Si eso es una buena o mala noticia, se verá recién cuando promedie la gestión mestrista.