Nada expresa mejor el dogma mediante el cual la literatura se vuelve religión que la idea de que todo termina en un libro. Pero tal vez la verdad sea lo opuesto, tal vez todo empiece en un libro. No el libro de la naturaleza que leían los medievales, ni el libro de los destinos personales que leen los supersticiosos.
Algo más azaroso, más fluido, más intermitente. Palabras que flotan en el aire: la brisa que es “brisa”, la nieve que es “nieve” y ambas que son también el poema. El doble sentido permanente, lo exterior y lo interior que se buscan, se encuentran, se repelen y vuelven a buscarse en una dimensión en la que lo sentimental no se diferencia de lo verbal.
En los poemas que componen el bellísimo Invierno Verano de Carlos Surghi, el mundo de Proust puede regresar en un enjambre de abejas y la palabra “monte” derivar en una especie de etimología reptil.
Eso significa que no existe en sus versos una distinción ontológica entre lo animado y lo inanimado ni entre las cosas y las palabras. El tiempo y el espacio se combinan en fórmulas sensibles: la melancolía, el amor o la memoria involuntaria. En ese sentido, el invierno y el verano son sus estaciones íntimas.
Como biógrafo intermitente de sí mismo (un sí mismo asimilado y arrancado de diversos paisajes), Surghi siempre es discreto, vale decir, fragmentario, un poeta de la insinuación y de los espacios en blanco.
- Invierno Verano. Poemas. Carlos Surghi. Borde Perdido Editora. Córdoba 2023