Miriam tiene 40 años, una hija de 9 años y otra de 11. Ella trabaja, su marido trabaja y, sin embargo, no les alcanza ni para la comida, las zapatillas a las chicas y el boleto de colectivo para ir al hospital.
Sus estrategias son múltiples. Por ejemplo, hace unos meses fue al colegio a pedir por favor que vuelvan a incluir a sus hijas en el Paicor. Agradece que desde la escuela a veces manden a las chicas de vuelta con un poco de pan.
Sólo con el alquiler de la pequeña casa en barrio Müller se les va prácticamente todo el sueldo -en negro- que cobra el esposo como empleado en un comercio.
Ella durante años no trabajó porque no tiene a quién dejarle el cuidado de sus hijas. Consiguió hace un mes ser becaria de uno de los comedores infantiles de La Botellita. Por cuatro horas por día, de lunes a viernes, cobra 750 pesos por mes. Con la AUH, suma otros 680 pesos. Es decir que tiene que arreglarse con los 1.480 pesos que cobra por mes. Y eso es todo.
“El miércoles se me enfermó la nena, y tuve que salir a pedir a los vecinos para pagar el ómnibus y llevarla al médico, es feísimo no tener ni para eso”, cuenta Miriam mientras se le caen las lágrimas.
“Y las nenas te piden: mami, me das para la merienda, me das una monedita. Y se me parte el alma, porque en todo el día sólo comen lo del Paicor, hasta que yo vuelvo del comedor con algo que me dan para la cena”, continúa.
Asegura que intentó buscar otro trabajo mejor pero que no es fácil porque no tiene con quién dejar a sus hijas solas durante tantas horas.
“Para colmo, estoy en una zona en donde hay mucha droga, muchos robos”, relata. Además, tiene que acompañarlas al colegio: una entra a las 11.30 y otra a las 13.30. La escuela queda a 15 cuadras. A las 11 lleva a una, vuelve y al ratito sale de nuevo a llevar a la otra. Sólo esa actividad le toma dos horas por día.
La cotidianidad de la familia es la de vivir al día, y no les alcanza para lo básico. “A veces lloro, cómo puede ser que la vida sea así”, se lamenta.
Daniel Martínez, de La Botellita, asegura que la situación de Miriam es común en la zona. Y dice que los chicos, cuando se vuelven adolescentes, dejan de cobrar la AUH pero no tienen ninguna posibilidad de insertarse en lo laboral. “La mayoría de las mujeres que viven en el sector cobra la asignación y no tiene trabajo; son mamás de muchos chicos, la asignación es de mucha ayudas, pero no es la solución”, cuenta Martínez. Y remarca que tampoco tienen trabajo los adolescentes y los jóvenes. “El Estado no invierte en ellos”, se queja.