“Pusimos la panadería con mi hermana y mi papá. Trabajo full time hace un año. Antes de trabajar, siempre me bancaron mis viejos. Sin esa ayuda, no podría haber llevado tan bien la ‘facu’”, cuenta. Pablo duda de que los padres deban sostener económicamente a sus hijos hasta los 25 años. Pero reconoce el lado bueno: “Lo positivo es que se necesita más gente que use la cabeza para que el país crezca, me parece bueno en cuanto a sumarle conocimientos a la sociedad. Está bueno como incentivo de la educación universitaria, o terciaria, o en oficios”.
Danilo Malano (22) es de Etruria, donde aún viven los padres, y se mudó a la ciudad de Córdoba para ser contador. Dice que ellos no lo presionan para que trabaje pero que él siente la necesidad, para ganar independencia y alivianar el esfuerzo de los progenitores. “Si no es en un call center , el estudiante no tiene opciones. Y es imposible trabajar ocho horas por día y llevar la carrera al día. El año que viene voy a tratar de trabajar en un estudio, pero no va a alcanzar”, cuenta.
La madre de Danilo, Marisel Brondo, reconoce que para ella y su marido “es un esfuerzo grande”. Es más, tiene dos trabajos. Pero reconoce que “si los padres no dan una mano a los chicos, no tienen otra opción. Acá se abrió el nivel superior, porque los chicos que no tenían dinero para vivir en Córdoba se quedaban sin estudiar”.