Entre una y dos personas mueren por día, en promedio, por siniestros viales ocurridos en la provincia de Córdoba. Por la imparable sucesión de noticias, la crónica se centra en el choque fatal, en esa vida que se pierde y en esa familia destruida. Pero existe otro costado de esta masacre cotidiana que se da en calles y rutas, desconocido para muchos, aunque no menos doloroso para otros: los que sobreviven. Aquellos que lograron esquivar a la muerte, pero quedaron en vida con gravísimas secuelas neurológicas o en el cuerpo. Los médicos son claros: pocos de los que sobreviven vuelven a ser los mismos.
En el Hospital de Urgencias de la capital provincial conocen de cerca el sufrimiento de los que se salvan. Superadas las primeras 48 horas, ya sin el respirador, el primer problema del herido –más allá de los traumatismos– es que no puede comer. De allí en más, se puede enumerar toda clase de secuelas, que van desde la incapacidad (total o parcial) para pensar, recordar, articular palabras, moverse. Volver a ser el de antes. Y aquí radica el otro costado dramático de los siniestros. El lado económico.
Al comienzo, el Estado se hacer cargo del tratamiento (internación, medicamentos, prótesis, estudios, etc.). Pero con el paso de los días, ese paciente debe marcharse y solventar la recuperación por su cuenta. La rehabilitación ronda los 30 mil pesos para los casos más complejos. El Estado no lo subvenciona, muchas obras sociales miran para otro lado y es la familia la que debe afrontar ese costo.