La ansiedad o miedo a los exámenes es un concepto amplio que engloba todas aquellas situaciones en las que una persona percibe de forma amenazante el hecho de que se evalúe su nivel de competencia, de saber, sobre todo, si el individuo anticipa consecuencias negativas derivadas de un mal desempeño.
Según el momento en que surja esta emoción, hablaremos de “ansiedad anticipatoria” cuando el sentimiento de malestar se produce a la hora de estudiar o al pensar en qué pasará en el examen, o “ansiedad situacional” si esta acontece durante el propio examen. Aunque el miedo a los exámenes no es un miedo irracional, es cierto que, si la ansiedad se da a niveles muy elevados, puede interferir seriamente en la vida de la persona.
En principio, la activación producida en una situación de evaluación es positiva, porque facilita y motiva el logro de una adecuada actuación. Sin embargo, si esta ansiedad llega a ser excesiva –en frecuencia o intensidad–, se puede convertir en un obstáculo. Existe una relación de U invertida entre el grado de activación (ansiedad, miedo) de una persona y su nivel de rendimiento ante una determinada tarea y se alcanza el nivel óptimo con un grado medio de activación.
Muchos estudiantes suelen pasarlo mal durante la época de exámenes y necesitan elaborar estrategias para reaccionar de manera más adaptativa a la presión producida por el sobreesfuerzo intelectual.
El sobreesfuerzo ante los exámenes puede provocar diversas consecuencias que se dan a nivel fisiológico, psicológico, emocional y conductual.
A nivel fisiológico: incremento de la tensión arterial, taquicardia, sudoración, problemas digestivos, náuseas, malestar general, agotamiento, alteraciones del sueño y de la alimentación, dolores de cabeza, etcétera.
A nivel psicológico: imposibilidad de actuar, tomar decisiones, manejar situaciones cotidianas. Como consecuencia, se puede tener dificultad a la hora de leer y entender preguntas, organizar pensamientos o recordar palabras o conceptos. También es posible experimentar un bloqueo mental (quedarse en blanco), lo que se manifiesta en la imposibilidad de recordar las respuestas pese a que estas se conozcan.
A nivel emocional, pueden llevar a sentirse aprehensivo, inquieto, triste o desvalido.
A nivel conductual, pasar horas viendo televisión o durmiendo, conductas de evitación y/o escape que llevan a no presentarse al examen, dejar que pase el tiempo, etcétera.
Cada una de estas manifestaciones necesita estrategias concretas de afrontamiento y una sensibilización, con todos los factores implicados en el problema. A la hora de afrontar, no es raro que el estudiante recurra al consumo de vitaminas, energizantes, tranquilizantes, estimulantes y otras sustancias. Tampoco es raro que consuma ante otras situaciones que también le acarreen algún malestar.
Vivimos en una sociedad donde consumir medicamentos y –especialmente psicofármacos, como son los tranquilizantes, los hipnóticos o los antidepresivos– es un comportamiento habitual y socialmente aceptado. El argentino indica, sugiere, aconseja y convida medicamentos. Así, se suele tomar una medicación para dormir y otra para despertarse, una para estar activo y otra para estar tranquilo, una para el estreñimiento y otra para los dolores. Al clonazepam, por ejemplo, ya se lo consume como si fueran pastillas de menta y es una droga adictiva.
El creciente uso indebido de psicofármacos en Argentina se enmarca en un preocupante fenómeno de medicalización de la vida cotidiana, que estimula la automedicación y multiplica el número de potenciales adictos.
El fenómeno que podríamos llamar de “medicalización de la vida” tiene que ver con el ideal de sujeto proactivo, obligado constantemente a mejorar su rendimiento y a estar siempre a la altura de las circunstancias.
¿Qué imagen de hombre modela la sociedad? Si vemos la publicidad de medicamentos, observamos hombres y mujeres que la pasan bien, que no se cansan, que son exitosos, que no se angustian y que nada les aflige. La publicidad no puede promover al medicamento como si fuera un caramelo; no es un bien de consumo, es un bien social. Se lo necesita o no, no es promocionable.
Se están medicalizando mucho los problemas cotidianos y hasta la vida misma. Angustias y malestares que antes no pasaban de allí hoy se medican. Ante la mínima molestia, la respuesta inmediata es tomarse un psicofármaco.
El 10 por ciento de los universitarios y el 4,4 por ciento de los estudiantes secundarios usan sedantes o estimulantes sin prescripción médica.
En la actualidad, contamos con eficaces tratamientos para el miedo a los exámenes. La mayoría se trata de programas de intervención de carácter grupal. Incluye sesiones informativas y de aplicación de técnicas (relajación, autoinstrucciones, entrenamiento en solución de problemas, modificación de pensamientos, etcétera.) con alta eficacia para el manejo del estrés y ansiedad, y que facilita el desempeño ante exámenes, la posibilidad de hablar en público y de desempeñarse en la vida cotidiana.