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Sociedad

DON ENRIQUE. Donó la patente de su creación a los clubes rotarios.
“Martín Fierro está equivocado”
“Eso de ‘tener un millón de amigos’ es un gran bolazo”
Por Lucas Viano l Especial
"El amigo no da consejos, a lo sumo dará opiniones. El amigo se equivoca con uno”, aclara Enrique Ernesto Febbraro. Ahora tiene 82 años, pero cuando soñó crear el Día del Amigo sólo tenía 18.

“Fue una vieja ocurrencia de cuando era locutor en Radio Argentina con Juan Monti. En esos días, el gobierno nos daba una lista con las celebraciones que había que evocar todos los días. Era una cantidad enorme de fechas patrióticas, militares, políticas, pero no había ninguna virtud que se festejara. Le conté a Monti mi idea de festejar el Día del Amigo. ‘Y bueno hágalo. Yo lo voy a apoyar’, me dijo. Pero cuando empecé a buscar qué día se podía festejar, siempre coincidía con alguna tontería”, recuerda, en diálogo con La Voz del Interior.

–Y entonces el hombre llegó a la Luna…

– Sí, sí. Después pasó mucho tiempo… me casé y tuve hijos, pero siempre quedó esa idea en mi mente. Y quiere creer usted que me entero de que los yanquis querían poner un hombre en la Luna en nombre de la amistad de la humanidad hacia el universo… “Esta es mi oportunidad”, me dije.

–¿Cómo hizo para que se conociera su idea?

–Comencé a hacer unas tarjetas postales muy expresivas en las que le contaba a toda la gente que había conocido en el mundo mi idea para que el 21 de julio fuera el Día del Amigo. Pero resulta que estos yanquis se adelantaron así que tuve que ir al correo a corregirlas y cambiar 21 por 20. Mandé mil postales y después me senté en el cordón de la vereda a esperar las respuestas. Me respondieron 800. Me quedé asombrado.

–¿Cuánto le costaron todas esas cartas?

–Mucho dinero. El Día del Amigo me costó mucho, mucho dinero, muchas esperanzas y también muchas alegrías porque cuando empezaron a llegar las cartas de adhesión eran conmovedoras. Después empecé con la campaña acá en Argentina: a todos los medios, a mis amigos. El gasto fue tremendo. Fueron varias vacaciones, el auto y muchas cosas de las cuales debí privarme, pero nunca pedí ninguna retribución por lo que hice.

–¿Tiene alguna patente que lo acredite como inventor?

–Sí, tengo la patente del registro de la propiedad intelectual que saqué en 1972. Ahora la doné a los clubes rotarios porque ellos tienen en su lema la amistad como ocasión de servir y además es una institución prestigiada en todo el mundo que puede seguir difundiendo mi idea. Yo ya estoy muy viejo para eso.

Premios por mayor

Por su gran invento recibió infinidades de condecoraciones que ahora está devolviendo. “¿Qué voy a hacer? ¿Me las voy a llevar a la tumba?”, dice don Enrique. Además, fue nominado dos veces al Premio Nobel de la Paz.

Enrique fue odontólogo toda su vida, además de profesor de psicología, filosofía e historia. Ahora se dedica a la investigación junto a su hermano que es psiquiatra. “Él estudia los locos y yo, las virtudes”, cuenta y se ríe.

Vive en el barrio porteño de San Cristóbal a la vuelta de su casa natal. Tiene dos hijos y cuatro nietos. “Pero lo más importante es que me casé tres veces. La última vez, hace un año, con mi prima. Menos mal que esta chica me recogió al final de la vida”, reconoce, y detrás del teléfono se escucha el murmullo de Olga, su compañera.

–¿Qué es la amistad?

–Es la virtud más sobresaliente porque es desinteresada de todas maneras. Una virtud que se hace notar sobre determinadas personas y que se acaba. En cambio, el amigo es una persona real, que ronca, que tiene mal carácter y que uno lo aguanta porque lo conoce. El amigo es otro cuero. La amistad es una cuestión teórica. Porque por más amistad que yo tenga en el espíritu, a la hora de mi muerte voy a necesitar seis tipos que lleven mi cajón y van a ser amigos. Y en la alegría también. Si quiero hacer un asadito en mi casa, ¿a quién voy a traer? A la gente que me quiere y que quiero.

–¿Tiene muchos amigos?

–El número de amigos que uno debe tener está señalado por los dedos de la mano izquierda. Si usted tiene cinco amigos, ya dése por satisfecho porque ha conseguido la mayor joya. Eso de que yo quiero tener un millón de amigos es el bolazo más grande que escuché, porque al amigo hay que atenderlo en las cosas de la vida, hay que acompañarlo en el espíritu, hay que serle generoso, recordarlo, visitarlo y estar junto a él no sólo para las fiestas, sino siempre.

 



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