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Martes 17 de abril de 2007
Editorial

Un nuevo terrorismo

La militarización de Río de Janeiro demuestra a qué extremos puede llevar la violencia que se nutre del narcotráfico, la pobreza y la corrupción, fenómeno que también aflige a la Argentina.

Ayer San Pablo, hoy Río de Janeiro, lo cierto es que las grandes ciudades brasileñas se han convertido en tierra fértil para una violencia urbana que ha sobrepasado todos los límites previsibles, hasta el punto que el presidente Luiz Inácio "Lula" da Silva accedió al pedido del gobernador del Estado carioca, Sergio Cabral, de enviar efectivos de las fuerzas armadas con armas y equipos de guerra en un intento de restablecer el orden en la otrora "ciudad maravillosa". Ello -tal como han titulado los diarios y lo entiende la ciudadanía- equivale a una virtual militarización de la ciudad, lo que puede generar nuevos problemas, tan complejos y acuciantes como el narcotráfico y la acción de poderosas bandas armadas, organizadas al mejor estilo mafioso que, además de saquear, estafar y matar, guerrean entre sí o en el interior de cada una de ellas por disputas territoriales o problemas de sucesión en los clanes y carteles.

Porque Brasil se está pareciendo cada vez más a Colombia, con el agravante de que los colombianos tienen una larga experiencia en la materia y por lo tanto están mejor preparados que los brasileños para controlar estos males y garantizar mayor seguridad en las ciudades. Y al igual que en Colombia, en Brasil se va tomando conciencia de que se tratará de una lucha larga y dura, ya que la trilogía narcotráfico-bandas armadas-violencia urbana es una endemia que llegó para quedarse y pasará mucho tiempo hasta que pueda ser erradicada. Una reciente encuesta dice que el 91 por ciento de la población brasileña opina que la violencia aumentó en forma considerable en los últimos años, y que entre sus causas se destacan la pobreza, la ineficacia de la Justicia y el narcotráfico. Respecto a la pena de muerte las opiniones están divididas por la mitad, y en cuanto a la reducción de la edad penal de los 18 a los 16 años, el 81 por ciento está a favor.

En cambio, la decisión de hacer intervenir a las fuerzas armadas ha suscitado muchas dudas y polémicas. El propio ministro de Justicia del Estado de Río de Janeiro dijo que los militares están para hacer la guerra, y no para patrullar las calles, y agregó: "Aquí, el Estado usa armas de guerra desde hace dos décadas, pero la violencia no ha hecho más que aumentar en ese período". Por otra parte, durante el primer gobierno de Lula se formó la Fuerza Nacional de Seguridad Pública, constituida por tropas de elite y especializadas para actuar en incendios, atentados y otros tipos de estragos callejeros. De todos modos, la presencia de las fuerzas armadas quizá tenga un sentido más político-institucional que operativo, ya que reforzaría la imagen de un Estado dispuesto a pararse y enfrentar a la violencia. Además, la lucha contra esta violencia es en sí misma una guerra, no una simple operación policial, en la que está en juego la seguridad de la nación y la integridad del Estado.

Pero otro fenómeno, igualmente inquietante, que se dio antes en Colombia, ahora en Brasil y en forma incipiente en la Argentina: la actuación de "milicias" en las favelas, bandas formadas por policías o ex policías que en su tiempo libre buscan aumentar sus salarios vendiendo a la población la seguridad que no les brindan los representantes del Estado.

Al respecto, un ex jefe de la Policía Metropolitana de Bogotá dijo que estas milicias son como un pequeño león que al principio come poco, después quiere más carne y finalmente puede devorarse al dueño. "Los ciudadanos contratan un delincuente para matar o controlar a otro delincuente, hasta que estos delincuentes empiezan a atacarse mutuamente hasta generar nuevos espirales de violencia", concluyó.

Como podrá advertirse, la Argentina no está demasiado lejos de estas realidades que afligen a Colombia y Brasil, ya que en nuestro país también se ha enquistado una violencia -cada vez más feroz e inescrupulosa- que tiene sus raíces en la pobreza, la exclusión social y la infiltración de redes de narcotraficantes y delincuentes en las zonas más populosas y pobres de las grandes ciudades. Lula da Silva calificó a estos delincuentes como "terroristas", y efectivamente representan a un nuevo terrorismo, muy diferente al de décadas anteriores, pero mucho más peligroso y difícil de combatir, como lo demuestran los casos de Colombia y Brasil.

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